Enseñanzas de una forja: invitación a una exposición

— Texto para la exposición de la escuela de Forja de Guadalajara, 2018


Triste generación la que carece de maestros.
G. Deleuze




Para calentar agua es necesaria la mediación de la cazuela, nos recordaba el poeta persa. Y mediadores también, claves de este habitar co-extensivo y creador, son los oficios; oficios de piedra, madera, metales y barro. Estos nos brindan la sabiduría anónima multisecular que mantiene en vilo creador al mundo, basada en la transmutación elemental de materias primeras a modo de peldaños ascendentes que van de la naturaleza extraña al cuerpo cósmico. Los oficios son arraigado bagaje cultural, llave de comprensión y diálogo entre pueblos. Con todo y con eso, somos testigos de una confusión en forma de acechante indiferencia general. Una metamorfosis tiende a cristalizarse: la profesión ya no se sustenta en aquello hacia lo que te profesas sino hacia lo que te profesionalizas –a golpe de formación, áspera muchas veces.

Una cosa es cierta, la palabra oficio no es sinónimo de empleo a día de hoy. Nos sentimos bajo una suerte de proceso de transformación de todas aquellas prácticas que nos han vehiculado como seres humanos vinculados al mundo a lo largo de la historia. Prácticas demandantes del cuerpo –corazón incluido- y no solo del intelecto. Porque los oficios, además de razón y sensibilidad, requieren amor: profesarte sin reservas a la tarea.

Llegados a este punto meditar sobre el destino de los oficios, perenne diálogo con la materia viva, requiere de una cierta madurez como colectividad, siendo nuestro deber convenir entre todos cual es el lugar o espacio creativo donde queremos situarles… ahora que parece que el brazo robótico está ganando el pulso al de carne y hueso. Por una parte, estos se han visto “liberados” de ciertas constricciones –industriales, económicas, etc…- derivadas de su papel práctico y social. Sin embargo, bajo este contexto, en vez de proporcionarnos la sana distancia necesaria con el utilitarismo puro y férreo, nos aboca a concebir la inherente sabiduría de los oficios como mero “folclore”, admirado cuando no tolerado solo en tanto vestigio, vestigio destinado al aislamiento del rincón museístico o del capitulo del manual etnológico. De nosotros depende que sus frutos caigan para siempre en un silencio simbólico privativo o casi mudo.

Una cosa está clara, los oficios han nacido del impulso de formar al hombre como tal, al hombre completo (sencillo), en comunión con su creador proceder. Órgano vivo que no se resigna a ser la pieza de un hipercomplejo engranaje cuya única condición de existencia es su funcionalidad. Estas sabidurías vieron la luz con el fin de situar al ser humano a la cabeza de un saber vital, a pesar de que hoy puedan perpetuarle a la cola del paro.

Mejor cantemos de nuevo con el poeta: es de necios confundir valor y precio. Este inadecuación funcional antes puede y debe transformarse en valor y no en impedimento. Si hablamos de la formación de una persona, de su sentido como hombre para sí y para los demás, existen dimensiones –además de las asalariadas o mercantiles– mucho más importantes que merecen ser tenidas en cuenta, aunque con ello paguemos el precio de un supuesto ritmo de progreso –industrial o económico–;  ganando otros, añadiría, quizá no tan “futuristas”. Estamos ante un monofisismo formativo: educar hoy se traduce en preparar al individuo para un puesto de trabajo. Empleo con “perspectivas de futuro”, aunque esto conlleve la ausencia total de visión de presente. Esta tendencia produce dañinos síntomas en la sociedad, y no faltan casos que lo corroboren. 

Ofrecer una formación profesional con el solo objetivo de “colocar” a un hombre, sustituible por definición, no nos aleja del automatismo insensible de una máquina, aunque esta se vista de “excelencia”. En su lugar, hagámos por donar las herramientas para que conozca por sí mismo el sentido de lo que hace, la realidad directa que transforma como ser humano a través de un proceso creativo íntimo; solo así, una vez comprendido y con-sentido al resto, pueda ser feliz desarrollándolo –y transmitiéndolo a los que vendrán detrás de él. Pienso, en definitiva, que este camino puede revelarse solo en el corazón de los arcanos oficios.

Hemos tendido a dejar de lado como colectividad aquello que no reporta un beneficio directo, palpable (¿o debería decir más bien atrapable?). No obstante, los campos de actividad humana no siempre se adecúan a modelos industriales de explotación, por muy fructíferos que parezcan a simple vista. Es más, estaría dispuesto a sostener que detrás de la gran mayoría de empleos que se ofertan actualmente no hay ningún trabajo real detrás. Podemos constatarlo cuando la “dignidad del trabajo” se asienta nada más que en una ecuación del tipo tiempo igual a dinero.  Pienso que aquí el arte tendrá de nuevo la palabra… sino la última, sí una decisiva para una necesaria transformación en el sentir de los oficios, entendidos estos como labor, en sentido amplio, como el continuo descubrimiento y aprendizaje de mundo.

En las escuelas-taller, lo importante no es aprender una destreza técnica, o convertir ideas artísticas en objetos táctiles, sino entrar de primera mano en una co-pertenencia muy concreta: la relación maestro-aprendiz. Pongo las palabras unidas para resaltar su íntima relación, pues considero extremadamente coja esa supuesta unidireccionalidad del maestro; los maestros no actúan desde lo alto de una tribuna (léase autoridad) intocable, sino desde su magisterio palpable y, lo que es más importante, correspondido. El verdadero maestro hace surgir la posibilidad de un verdadero discípulo, generando una relación que pende tanto del maestro como del discípulo. El discípulo aprende del maestro en la medida en que lo hace el maestro del discípulo. Es una relación plenamente armónica. Este tipo de armonía es de suma transcendencia si hablamos de la humana transmisión de sabiduría.

En los oficios no es posible una formación “online”, como tampoco puede haber ninguna educación a distancia. No hay libro ni pantalla que nos enseñe su núcleo esencial. De haberlo, acabaría en manuales de uso, en despliegue sistemático o compendio teórico-técnico –algo similar ocurre al intentar aprender un idioma teniendo a mano solo un diccionario, sin llegar a entrar en contacto con un nativo de esa lengua. El “do it yourself”, tan en boga hoy día, no debería acarrear la ausencia de maestros. Aquellos que se denominan a sí mismos autodidactas caen en la sospecha de no tener (o no conocer) el “valor” de sus maestros, es decir, de no haber entrado nunca en esa relación humana fundamental de agradecimiento.

Reconocemos con pasividad el fatal destino del artesano, del maestro. Esto es así debido a que seguimos pensando al artesano como productor de objetos, pasando por alto lo esencial, que el artesano es, mucho antes que productor, revelador de conocimiento. Como colectividad nos jugamos algo verdaderamente importante, nos jugamos la pérdida de una lenguacomunicante de mundo, que nos ha dado los frutos –no solo técnicos- de los que hoy gozamos –sin ser necesariamente “conscientes” de ello. Hemos llegado, desde hace ya unos cuantos años, a la necesidad de transformación de este colectivo. Los primeros impulsos asociativos de estas prácticas ciertamente son un primer paso lleno de buenas intenciones, pero en la práctica siguen figurando como aislados intentos que no solventan la necesidad real.

Yo alentaría a que esas instituciones no busquen forma ni doctrina, sino maestros, los maestros dan vida a la verdad. La doctrina es vista, mientras que el maestro devuelve siempre la mirada. Por ello es esencial que tengamos no solo los medios, también la intención y madurez suficiente para darnos cuenta de la importancia de estas prácticas así como de aquellos que llevan, como Ángel, casi medio siglo trabajando para beneficio de todos.

Brindemos por tanto un silencio –cual maestros– lleno de enseñanza y esperanza en honor de los oficios que nos conforman como comunidad. Pues no se trata de blandir metal o cortar la madera, sino de sacar los frutos de ese diálogo enamorado con la materia; ese centro que sentido de manera profunda, nos hace libres.


Calentar, apoyar y golpear

Hay pocos maestros que nos hayan enseñado tanto en la historia del ser humano como el fuego. Tanto en artes como en ciencias –ahora separadas traumáticamente diría- la potencia calorífica ha permanecido como uno de los grandes prodigios transformadores de mundo, de fructuoso diálogo con la materia.

En la práctica de la forja, ese arte del calor en manos del herrero, vemos intrínsecos unos principios que interconectados denotan una profunda enseñanza. Para una pieza bien forjada, a fin de inscribir gesto en la fría materia, al punto personificada, se tienen presentes a modo de síntesis tres momentosinseparables de un mismo obrar: calentar, apoyar y golpear. Interpretados en definiciones no definitivas, como sigue: primero calentar, obrar de la naturaleza del fuego encarnada en su potencial más propio, calorífico, potenciador de transformación creativa (de estado); regada esta a su vez por la espera, una espera espiritualizada en figura del herrero. Un dejar hacer del fuego bajo la mirada atenta de un quien: ser esperante (esperanzado) de milagro transformador. Segundo, apoyar, asentar en tierra, mediadora de golpe, resistencia pasiva y receptiva materializada en yunque. La acción del herrero y del fuego se vuelve inocua sin ese apoyo, sin esa receptividad y resistencia callada, sin ese equilibrio percutor de martillo y yunque que posibilita el acto forjador, pues tantohace el uno como el otro –uno en su palabra y el otro en su silencio, se podría decir. Por último, el golpear: movimiento teleológico del herrero para traer a luz su obra. Estos principios, aprendidos de forma humilde en el taller, se nos presentan y actúan de una vez, como organismo de consecución satisfactoria, resultante en obra forjada, realizada. A mi juicio, estos signos nos hablan de un camino en torno a la naturaleza del humano trabajo digno de traer al corazón de nuevo, cada día.

Les invito también a ustedes a descubrir ese camino en el trabajo que durante el año han llevado a cabo estos estudiantes, en los que me incluyo, bajo la mano atenta de Ángel. Esperamos, y aquí me arriesgo a hablar por todos ellos, que no quede la exposición en una suma de objetos, sino en orquestada voz y patrimonio de esta provincia y de los que la componen en una relación maestro-aprendiz constante.


Daniel del Río
 Guadalajara, 1 de Mayo
Día del Trabajador